Fecha: Domingo 18 de julio de 2004
Comentario: En realidad es un capítulo de algo que empecé a escribir y, para variar, nunca terminé. Habla de la rutina, la resignación, el silencio y la angustia que todo eso genera.
Era domingo al mediodía y decidió ir a la casa de sus padres, a los que hacía mucho que no veía. Al llegar a la puerta dudó en tocar el timbre. Todo reencuentro le hacía mal, todo reencuentro le retorcía el estómago, tenía un ligero rencor recorriendolo por dentro, aunque no sabía precisamente de donde venía ya que ese rencor solía aparecerle en diversas situaciones. No entendía, no tenía del todo claro por que podía venirle aquella sensación en esa casa tan llena de amor y tan llena de recuerdos. Quizás porque no sentía que hubiera nada de amor, quizás porque los recuerdos los odiaba tanto o más que a su propia vida. Y odiaba su propia vida porque todo ese odio engendrado hacia los demás, al no sacarlo nunca hacia afuera se le volvía en contra y terminaba odiandose a si mismo, terminaba odiando a su propia vida. Tras vacilar unos segundos decidió tocar el timbre. Lo atendió su madre, que al verlo se puso contenta y lo recibió con un cálido y afectuoso abrazo. Él tambien la abrazó, se dio cuenta de que la extrañaba. Al entrar a la casa ya nada parecia igual. Estaba todo tal cual había quedado el día que se fue, a pesar de que ya habían pasado algunos meses. El orden de las cosas permanecía casi idéntico, pero el significado de las cosas ya no era el mismo. Al ver el cuarto en el que había pasado su vida sintió tristeza. Pero esa tristeza no era por el cuarto sino por él, él se daba lástima, él sentía pena por si mismo, él sentia odio hacia si mismo. Pero si el odio, la pena y la tristeza no hubieran esquivado a voluntad, o no, su destino, ese odio, esa pena y esa tristeza estarían volcados en otras personas. Quizás odiaba a sus padres, quizás sentía pena por sus padres, quizás le daba tristeza ver a sus padres. Fueron a la mesa y la madre trajo la comida. Para su sorpresa, la comida era la de siempre, otra vez pastas caseras; las detestaba, cada vez que su madre preparaba pastas le reprochaba en silencio como podía ser tan inútil de no saber cocinar otra cosa que pastas caseras. Pero era sencillo saberlo, la madre estaba atrapada en una rutina insoportable a la que ella obedecía con total resignación, y las pastas de todos los días o casi todos los días eran el simbolo de su rutina. De alguna manera, la madre preparando todos los días el mismo plato le hacía sentir a él lo que ella sentía con su rutina. Él estaba harto de comer todos los días lo mismo, y la madre estaba harta de hacer todos los días lo mismo. Pero él comía toda la comida sin chistar y ella realizaba todos los días su rutina sin chistar. Estaban resignados al hastío y al cansancio de no saber como escapar de ésta cárcel cruel y asfixiante de la que es difícil salir, pero no imposible. Ambos se sentaron en la mesa. "¿Y papá?" quiso saber él. No quería verlo, no le importaba verlo, de hecho casi nunca lo había visto, no era más que una pregunta de compromiso, una pregunta de la que ya sabía la respuesta."Está en el bar mirando el partido". Siempre estaba en el bar mirando el partido, aunque no hubiera partido. Si no había partido se inventaba un partido, navegaba en una de sus fantasías diurnas haciendo de cuenta de que había partido. Partido estaba el padre, era un hombre partido en mil pedazos, desarmado y desalmado, con buen corazón, pero sin dignidad ni amor propio. Cuantas veces quiso Santiago decirle a su padre todo eso, sopapearlo, hacerlo reaccionar, ver, vivir... sentir!!!! cuantas veces quiso, pero siempre se contuvo. Porque una persona sin amor propio, una persona resignada a la humillación no contesta cuando le gritan, calla, guarda por dentro, y eso se pudre. Y cuando alguien intenta darle un samarreo a una persona así no hace más que hacerla sentir peor, hacerla sentir mas ínfima y miserable de lo que ya se siente, porque una persona que no reacciona, una persona que no vive, una persona muerta en vida no merece un samarreo, no lo merece por estúpida, por ignorante, por idiota... Una persona tan querible, tan bondadosa, tan buena y despreciable a la vez no se la puede tratar, porque por mas que uno quiera ayudarla ya está rendida, ya está crucificada, ya está dispuesta a morir. Lo único que uno logra diciendole todo lo que es, es mortificarla. Y Santiago antes de mortificar a alguien prefiere mortificarse él, aún sabiendo que guardar ese rencor, que callar, que resignarse a no decir las cosas lo transforme en el fiel espejo de lo que él odia, que es su padre, su triste padre."¿Y te gusta lo que te preparé?" le preguntó la madre con una sonrisa. ¿Que iba a decir Santiago? ¿Que no? ¿iba a ser capaz de borrarle a su madre la sonrisa? Para nada. "Si" dijo, reprochandose por dentro, "hacía un montón que no comía tus pastas, las extrañaba" y apenas terminó de decir lo último comenzó a insultarse por dentro por dar una vez mas la respuesta que ella quería escuchar y no la que él quería decir. Pero, ¿que es peor? decir la verdad sin anestesia sometiendo al otro a un seguro dolor o decir la conocida mentirita blanca para hacer sentir bien al otro? Y si me pregunto que es peor, no es mas que porque creo que ninguna de las 2 es mejor, sino que hay una que es menos peor que la otra. Porque la verdad en este caso lastima al otro, y la mentira lastima a uno mismo, siempre se sale lastimado, nadie puede irse de esta vida sin heridas, pero Santiago se lo replanteaba cada momento, pues eran tantas sus heridas que temía morir desangrado por otra mentirita blanca. "Maldita mentira, maldita verdad" se repetía entonces con bronca.
1 comentario:
No leí nada, pero paso a saludar =)
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